viernes, enero 06, 2006

Siempre es necesario cantarle a Melilla con amor 28/04/2003

SIEMPRE ES NECESARIO CANTARLE A MELILLA CON AMOR


Cuando una ciudad esta exenta de poetas que le reciten versos a sus gentes, a sus calles, a sus parques y jardines, a sus ríos y algún que otro juglar que la anime con sus bromas jocosas, debe sentirse sola y desdichada. Eso es lo que me comentó un amigo, que yo comparto plenamente. Me lo dijo hace unos días al enseñarle las páginas interiores del magazine dominical de éste periódico en las que muchas personas, todas con un profundo cariño a nuestra ciudad, expresamos lo que verdaderamente sentimos en nuestros corazones. Si una ciudad no tuviese alguien que le cantara sería una ciudad vacía, como si no tuviera alma ni Historia. Melilla tiene unos poetas que le cantan con toda la floresta y el lirismo de su amor, como Garbín, Casaña, Algarra y todo el grupo poético que cada domingo nos deleita con sus versos llenos de ternura. También hay personas, llamémosles autodidactas-altruistas que amplían nuestros conocimientos históricos para que muchos melillenses residentes en ambas orillas sepamos la verdadera Historia de nuestra ciudad; y no me refiero lo que estos autodidactas hayan leídos sobre ello, no, es lo que han vivido, y eso sí es la verdadera Historia, la que han pateado desde chaveas (me gusta la palabra), lo que vieron a lo largo y ancho de sus vidas, como los señores López Domínguez, Moreira, Carmona, y tantos que sé que los hay, que son enciclopedias vivas de Melilla. Al señor López Domínguez quiero agradecerle su amable envío de documentos, que para mí son como un tesoro, como para cualquier melillense, curioso amante de cuanto ocurría en nuestra ciudad en sus primeros balbuceos como ciudad moderna .
Cuando se lee una poesía sus palabras deben colmar todas las pasiones normales, elementales o comunes, es como la médula de la literatura. Eso es lo que yo, muy modestamente, pienso. A mí los versos que me inspiran ternura son los de un solo registro, a ser posible, coloquial, aunque sean monótonos y sentimentales, de lirismo limpio y sin refinamiento. Los poemas escritos en versos que se puedan leer en prosa son como los que el autor desea que sean entendidos; y todo ello sin que sobre ninguna palabra. En España todavía hay personas, yo me incluyo entre ellas, que la memoria permanece intacta, intentando ejercitarla lo mejor que podemos, según lo que nos depara el transcurso de nuestras vidas. El amigo al que me refiero comentaba que las espadas debían ser como las de la planta asfódeles (qué nombre tan raro), la que tiene su flor en forma de espada; qué iluso y qué lírico, como toda buena persona. Hablamos de cosas, como el sentir los deseos de consolar a Dios en vez de rezarle, porque, en éstos tiempos tan llenos de guerra y de violencia sin sentido alguno, lo ves tan triste y tan afligido, o la cosa tan simple de sentir pena al cortar una flor pensando que su herida pueda dolerte a ti. Yo creo, le dije, que si pronunciamos palabras de hierro creyendo que algún día se conviertan en oro, estamos equivocados; ésas palabras siempre serán de hierro, y a veces al rojo vivo de una fragua. Todas las palabras que deseamos encastrar en un verso suelen llegar cuando menos se les espera. Entran sin llamar con la armonía propia de la belleza de la poesía que tú deseas que sea leída con fruición. Hace muchos años, de recién casados, en compañía de mi esposa melillense, y recordando a nuestra Melilla, escribía unos versos que dicen: “Melilla, ciudad nuestra, / cual gaviotas que navegan, / te damos alientos de amor / con sus blancas alas saladas / sobre tu cielo azul añil / desde ésta orilla andaluza”. Los de nuestra época o generación tuvimos el privilegio de haber conocido la década de los 50, y la de los 60 con sus “luminosas” críticas contra el franquismo, inútiles antes de salir a la luz por la desidia de algunos y por el miedo de muchos. También era cosa de poesía contestataria para unos pocos. Nos conformábamos con poco; habíamos aprendido a tener poco; éramos los niños de la posguerra, más bien la generación que no vio la Guerra Civil, pero por desgracia, nuestros padres sí que la sufrieron.
Reciban un saludo


Juan J. Aranda

Málaga 28 de abril de 2003