A Gayarre, mi pajarillo 30/01/2003
A “GAYARRE” MI PAJARILLO
Toda poesía debe fluir sin ayuda, y sin que sea invitada por nadie, como dándole vergüenza, ya que de por sí es tímida, de lo contrario se asusta y se va, quedando el aire vacío sin su perfume característico. Porque aunque mucha gente no lo crea la poesía tiene su perfume, igual que las plantas y las flores : “Ahí va el olor de la rosa, llévala en su sinrazón...” como decía el onubense Juan R. Jiménez. Para comprender la poesía hay que oír la canción de un pájaro, y hay personas que lamentablemente no logran entenderlo. En mi casa tenemos un canario encerrado en una jaula (lo siento) que está cuidado por mi mujer como si fuera un bebé, o sea, con mimo, con todo el cariño que se merece un animal tan frágil y tan asustadizo. Apenas lo trajeron, le impuse, con el beneplácito de Ana María, mi mujer, el nombre de Gayarre, en honor del gran tenor navarro, el roncalés Julián Gayarre. Hay mucha gente que bautiza a sus pájaros con el nombre de Pavarotti; yo no tengo nada en contra del voluminoso y gran tenor italiano pero si tenemos en la historia un músico de la categoría del famoso navarro, me quedo con el de casa.
Éste Gayarre ha pasado el desplume hace unos días (algunos le llaman estar “espelechando”), viéndosele amorraíllo y tristón pero apenas ha mudado todas las plumas, el tío parece como las flores en la primavera, le ha brotado el “esqueje” de un trino o de un cante, como se le diga a la cosa, que parece una flauta dulce o travesera ejecutando uno de los movimientos de los Conciertos de Brandeburgo de mi tocayo Juan Sebastián Bach. El que entienda un mínimo de solfeo, que tan feo es de aprender con los métodos modernos, y si no que lo digan los chaveas que empiezan en el conservatorio, me comprenderá si digo que Gayarre suelta a menudo un trino acompasado similar a los silencios de un compás de compasillo o de tres por cuatro, y a continuación sube una escala dando, por ejemplo, tres notas “do” agudos y bajando otras tres notas “fa” de la misma escala, seguido de otro trino mas agudo como si rematara un solo de flautín o de requinto diciendo orgulloso: “¿que te ha parecido?”. Ya sé que esto puede parecer una cursilada a algunas personas; no me importa, como no me ven, sino que me leen, ese es el parapeto que se tiene cuando se escribe en vez de hablar. Digo como Carlos V; él sabía que era muy feo, porque de verdad es que lo era, y de su apariencia en sus cuadros que le pintaban decía presumido:” Los artistas me pintan generalmente mas feo de lo que soy, y a ello se debe que cuando un forastero me ve por primera vez se quede agradablemente defraudado”. Pues eso, Gayarre podrá ser feíllo de apariencia, de plumaje marrón, no el amarillo clásico de los canarios vistosos pero canta como los ángeles apenas el “Lorenzo” por la mañana asoma por los Montes de Málaga.
A los autodidactos, que por nuestra edad, nos hemos enganchado en uno de los últimos vagones de la escritura y que nos leemos hasta las señales de tráfico; algunos hasta los prospectos de los medicamentos, por si los galenos se equivocan al recetarnos, somos como un pájaro posado en la rama de un árbol observando todo lo que sucede debajo, como con timidez poética y asustadiza. Norman Mailer decía de muchos escritores famosos: “El consagrado acaba convertido en un león al que todos miran amedrentados, admirados, y los menos con rencor y serviles”. Pero como dice A. Hernández en éste periódico el 26 de enero en uno de sus diecisiete poemas en verso referente a la “Espera en la sepultura”: “Al artista sedentario / mamarracho obituario / que con gesto conciliario / pone al arte vestidura..../ le espera la sepultura /”. Pues eso.
La música como la poesía debe ser el manantial capaz de proporcionar un momento de paz a las personas que están dominadas por el estrés. Imaginemos que un árbol, cuyas ramas mueve el viento suavemente, es la música; el tronco que las mantiene firmes como a vástagos es el compás que impone el autor para su obra; las hojas que saludan alegres movidas por el viento representan a la melodía; ahora pónganse debajo de él y jueguen con las emociones que les impongan su sentimientos, como si volaran alrededor de las hojas que ven arriba. Hay que tener en cuenta que vivir de algunos recuerdos es también otra manera de preservar lo que se ama, como a mí me ocurre a veces. Todo pensamiento tiene su número tasado, como los zapatos o las tallas de los vestidos, y mientras mas puro sea mejor queda en una partitura musical, o en un poema que llega sin llamar o en el trabajo que desarrolles en esos momentos.
Yo humildemente creo que hay que sentir el pensamiento sano de espíritu pero pensar siempre en los buenos sentimientos de todos los que nos rodean.
Reciban un saludo
Juan J. Aranda
Málaga 30 de enero 2003
Toda poesía debe fluir sin ayuda, y sin que sea invitada por nadie, como dándole vergüenza, ya que de por sí es tímida, de lo contrario se asusta y se va, quedando el aire vacío sin su perfume característico. Porque aunque mucha gente no lo crea la poesía tiene su perfume, igual que las plantas y las flores : “Ahí va el olor de la rosa, llévala en su sinrazón...” como decía el onubense Juan R. Jiménez. Para comprender la poesía hay que oír la canción de un pájaro, y hay personas que lamentablemente no logran entenderlo. En mi casa tenemos un canario encerrado en una jaula (lo siento) que está cuidado por mi mujer como si fuera un bebé, o sea, con mimo, con todo el cariño que se merece un animal tan frágil y tan asustadizo. Apenas lo trajeron, le impuse, con el beneplácito de Ana María, mi mujer, el nombre de Gayarre, en honor del gran tenor navarro, el roncalés Julián Gayarre. Hay mucha gente que bautiza a sus pájaros con el nombre de Pavarotti; yo no tengo nada en contra del voluminoso y gran tenor italiano pero si tenemos en la historia un músico de la categoría del famoso navarro, me quedo con el de casa.
Éste Gayarre ha pasado el desplume hace unos días (algunos le llaman estar “espelechando”), viéndosele amorraíllo y tristón pero apenas ha mudado todas las plumas, el tío parece como las flores en la primavera, le ha brotado el “esqueje” de un trino o de un cante, como se le diga a la cosa, que parece una flauta dulce o travesera ejecutando uno de los movimientos de los Conciertos de Brandeburgo de mi tocayo Juan Sebastián Bach. El que entienda un mínimo de solfeo, que tan feo es de aprender con los métodos modernos, y si no que lo digan los chaveas que empiezan en el conservatorio, me comprenderá si digo que Gayarre suelta a menudo un trino acompasado similar a los silencios de un compás de compasillo o de tres por cuatro, y a continuación sube una escala dando, por ejemplo, tres notas “do” agudos y bajando otras tres notas “fa” de la misma escala, seguido de otro trino mas agudo como si rematara un solo de flautín o de requinto diciendo orgulloso: “¿que te ha parecido?”. Ya sé que esto puede parecer una cursilada a algunas personas; no me importa, como no me ven, sino que me leen, ese es el parapeto que se tiene cuando se escribe en vez de hablar. Digo como Carlos V; él sabía que era muy feo, porque de verdad es que lo era, y de su apariencia en sus cuadros que le pintaban decía presumido:” Los artistas me pintan generalmente mas feo de lo que soy, y a ello se debe que cuando un forastero me ve por primera vez se quede agradablemente defraudado”. Pues eso, Gayarre podrá ser feíllo de apariencia, de plumaje marrón, no el amarillo clásico de los canarios vistosos pero canta como los ángeles apenas el “Lorenzo” por la mañana asoma por los Montes de Málaga.
A los autodidactos, que por nuestra edad, nos hemos enganchado en uno de los últimos vagones de la escritura y que nos leemos hasta las señales de tráfico; algunos hasta los prospectos de los medicamentos, por si los galenos se equivocan al recetarnos, somos como un pájaro posado en la rama de un árbol observando todo lo que sucede debajo, como con timidez poética y asustadiza. Norman Mailer decía de muchos escritores famosos: “El consagrado acaba convertido en un león al que todos miran amedrentados, admirados, y los menos con rencor y serviles”. Pero como dice A. Hernández en éste periódico el 26 de enero en uno de sus diecisiete poemas en verso referente a la “Espera en la sepultura”: “Al artista sedentario / mamarracho obituario / que con gesto conciliario / pone al arte vestidura..../ le espera la sepultura /”. Pues eso.
La música como la poesía debe ser el manantial capaz de proporcionar un momento de paz a las personas que están dominadas por el estrés. Imaginemos que un árbol, cuyas ramas mueve el viento suavemente, es la música; el tronco que las mantiene firmes como a vástagos es el compás que impone el autor para su obra; las hojas que saludan alegres movidas por el viento representan a la melodía; ahora pónganse debajo de él y jueguen con las emociones que les impongan su sentimientos, como si volaran alrededor de las hojas que ven arriba. Hay que tener en cuenta que vivir de algunos recuerdos es también otra manera de preservar lo que se ama, como a mí me ocurre a veces. Todo pensamiento tiene su número tasado, como los zapatos o las tallas de los vestidos, y mientras mas puro sea mejor queda en una partitura musical, o en un poema que llega sin llamar o en el trabajo que desarrolles en esos momentos.
Yo humildemente creo que hay que sentir el pensamiento sano de espíritu pero pensar siempre en los buenos sentimientos de todos los que nos rodean.
Reciban un saludo
Juan J. Aranda
Málaga 30 de enero 2003
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home