viernes, marzo 10, 2006

Una de móviles y un chisneto 17/05/03


UNA DE MÓVILES Y UN CHISNETO DE REDOLI

Hace unos días circulaba yo con dirección Torremolinos- Málaga, por la autovía de la Costa del Sol, cuando observé uno de los fenómenos actuales que más peligros acarrean cuando se circula al volante de un coche por una carretera o calle de cualquier ciudad y el conductor está pendiente de la conversación que le tiene colgado a un teléfono portátil. Lo que vi fue de película de Berlanga a un irresponsable, inconsciente y maleducado conductor que iba delante de mí a unos setenta kilómetros por hora, ya que la circulación en esas horas es bastante intensa y no se puede ir a más velocidad; eran las ocho de la tarde. Este hombre, aparte de ir hablando por el telefonillo pegado a la oreja, gesticulaba como un poseso midiendo el salpicadero a cuartas con su mano libre y de vez en cuando lanzaba puñetazos en el volante dejándolo a su aire. Por lo visto la persona que se encontraba en el otro lado de la línea estaba haciéndole enfadar lo suyo; lo mismo daba un bandazo hacia la izquierda que se plantaba en mitad de los dos carriles, invadiendo las dos vías, con el consiguiente pitido broncoso de los demás conductores que íbamos detrás de él. Pero no crean que se apartaba, no, él se pensaba, al menos creía yo, que estaba sentado a la mesa de un despacho y no en una carretera donde íbamos cientos de vehículos por detrás y por delante de él. Al final “colgó” su portátil y lo guardó en un bolsillo, no en el de la chaqueta que debía ser más cómodo para él, sino en el del pantalón, con el consiguiente levantamiento de culo para que entrase el aparato en el bolsillo. Una vez que ya se encarriló en su sitio, y sin venir a cuento ni nada parecido, cerró el puño “mosqueado”, y dejando el dedo corazón libre lo levantó haciendo circulos para todos los que circulábamos a su alrededor como diciéndonos : “a la mierda”. Lo más grave es que la sociedad, que somos todos, tenemos que aguantar a energúmenos como éste. Y paradojas del destino, que también pudiera ser que alguno que recibió la señal de su dedo mierdoso pudiera ser alguien que en un momento de su vida le salve de algún percance. Un buen amigo a éstas cosas solía decir : “ Y que los panaderos se tengan que levantar de madrugada para hacerles el pan a gente como ésta”.
A los pocos días presencié un accidente; los de los seguros los llaman siniestros por ser causas acompañadas de desgracias. Éste lo fue sin víctimas entre un coche de gran cilindrada, muy “pollúo”, y un camioncillo de frutas. El del coche “pollúo” iba hablando a solas (solo iba él ) dentro de su vehículo al parecer con el “sin manos”, pero iba tan abstraído y gesticulando con los brazos en la conversación que no se dio cuenta que debía pararse ante una señal de stop en un cruce. El hombre atravesó la calle como si fuera toda suya, sin advertir que el del camioncillo, que circulaba con todos sus derechos y todos sus pertrechos de frutas en la baca le hundió la puerta del conductor por el mismo nervio entre las dos puertas, originándose un altercado entre los dos conductores que minutos más tarde fue una algarada festiva hasta que todo se arregló con el bendito parte amistoso, papel que evita follones entre personas civilizadas. El del camioncillo era un joven que acentuaba mucho el deje de los pueblos de Málaga con su zezeo y su gracejo, y el otro, con un mosqueo de cojones, era un señor que hablaba con acento de nuestros vecinos fronterizos. Al final cada uno se fue por su lado y quedaron como “amigos”.
Yo no sé si esto tendrá alguna moraleja o enseñanza en las personas que lean esto, lo que sí creo es que los que se dedican a usar el telefonillo, móvil, teléfono portátil o como quieran llamarlo, mientras van conduciendo un vehículo, se lo piensen antes de hacerlo porque, de verdad, se ven graves accidentes por las carreteras y ciudades que se podrían evitar con no usarlo, y por favor, hagan caso a las indicaciones de la Dirección General de Tráfico.

UN JUERGUISTA Y SU ESPOSA VAN DE CENA
Uno que era un poquito licencioso
escuchaba, impasible, a su señora
que llevaba quejándose una hora
llamándole juerguista y mal esposo:

“Yo sólo soy tu esclava, tu criada,
me tienes recluida, casi presa....”
El hombre la interrumpe: “Pues, sorpresa,
que esta noche te llevo de escapada.”

Y, en efecto, sorprende a su parienta
que ve en ello una muestra de su amor.
El hombre llama a un taxi y se presenta.

Cuando ya se acomodan en el coche,
la esposa oye decir al conductor:
“Muy buenas, don José, ¿a dónde anoche?”

La mujer se sulfura, es evidente:
“¿Cómo es que te conoce este taxista?
y ¿adónde fuiste anoche, so juerguista.”
El marido replica contundente:

“Este chofer, mi amor, se ha confundido,
o es que busca, quizás buena propina.
Me ha tomado por otro, se adivina.”
La esposa se ha calmado y convencido.

Y buscan con el taxi un restaurante.
El problema del hombre era encontrar
alguno que no hubiera frecuentado.

La mujer sugería a cada instante:
“Podíamos parar aquí, y entrar;
o en ese que está allí, o en el de al lado.”

Y el hombre la seguía engatusando:
“Me han dicho en la oficina que es muy caro......,
el menú de ese otro es algo raro.”
La mujer ya se estaba mosqueando:
“Pues entonces busquemos un café.”
El hombre se decide y van a uno.
El dueño les pregunta inoportuno:
“La mesita de siempre, don José?”

Es la gota que colma la paciencia
de la esposa del cínico tunante:
“¿Cómo que la de siempre, so mangante?,

acaso negarás esta evidencia?”.
Dice el hombre: “Que sí, que es coincidencia,
ya sabes que mi cara es muy corriente.”

“Vayámos a casa mal marido,
que ya discutiremos la cuestión.”
Al hombre le encantó la decisión
porque estaba cansado y aburrido.

En el taxi de vuelta, la mujer
siguió dándole al hombre un buen meneo:
“A ti se te acabó ya el cachondeo,
hablaré con mi madre y vas a ver.

Le llamó sinvergüenza, ventajista,
depravado, bribón y oportunista.
Tras un breve silencio en la disputa,

El taxista, un experto en el trasnoche,
Se arrancó por su cuenta: “Vaya puta
más chunga, don José, la de esta noche.”

Juan J. Aranda
Málaga 17 de mayo 2003