miércoles, enero 04, 2006

En recuerdo de mi amigo don Rafael 24/02/2003

          EN RECUERDO DE MI AMIGO DON RAFAEL (RAFALITO)



     Mi amigo don Rafael, Rafalito, el anciano tertuliano que tantos momentos gratos pasábamos juntos, ha fallecido.  A pesar de los “permisos” que le dispensó su amigo el sepulturero.  Hasta para eso tenía gracia.  La maleta de sabiduría que yo le pedía que me abriera de vez en cuando se la ha llevado consigo.  Solo tengo los apuntes; pobres notas que recopilaba durante nuestras conversaciones.   Se ha ido sin molestar a nadie, con su bastón y su sonrisa que contagiaba a todo el mundo.  Lo del bastón, me decía, que a él le gustaría que lo enterrasen con su cachaba, como otro anciano que vivió en Melilla durante ochenta años.   Nunca me dijeron el motivo ninguno de los dos pero al de Melilla siempre me lo imagino señalando al frente, con su voz dominadora, orientando algo ocurrido hace años en cualquier lugar de Melilla, eso si, todo lleno de razón, -cualquiera le contradecía- al mismo tiempo que se acaricia el mostacho.  Otras veces lo veo guiando a su mujer llena del cruel Alzheimer : “María, por ahí no, hija mía, que te caerás”.   A mi amigo Rafalito lo veo elegantemente vestido, apoyado en su bastón, caminando torpemente en busca de su esposa para ver si le dan permiso para visitarla en el lugar del cielo que reside en la actualidad durante una temporada, como decía medio en broma.  
     Decía que las deidades hermanas: Cloto, Láquesis y Átropos, se estaban peleando en el interior de su cuerpo.  La Cloto, que es la que siempre hila ya estaba despidiéndose de Láquesis, que es la que devana y la Átropos que es la que corta el hilo de la vida ya afilaba la tijera para cortar la suya.  “Juanito, el culo me huele a tierra”, me decía poco antes de morir.  Porqué muchos ancianos esperan la muerte con tanta serenidad.   Como sé que en éstos momentos no me pueden ver los que me leen, lo digo por el rubor que me causaría si así fuese, las torpes lágrimas que he vertido por la muerte de mi entrañable amigo han lavado en parte mi alma dejando entrar a Dios para que me alumbre un poco en esta obscuridad de pena.
     Siempre me repetía que el buen escritor debe secuestrar el alma del lector, hacerlo llorar o reír.  “A ti Juanito la aguja de la brújula de Melilla que siempre te está magnetizando, nunca la dejes que se oriente hacia otra parte”.  Me quería decir, según lo que leía de mis publicaciones en éste periódico, que siguiera la línea de mi amor por mi ciudad, a pesar de mi lejanía desde ésta otra orilla.
     En honor a éste venerable anciano citaré algunas anécdotas que me explicaba durante las interminables tertulias.   Rafalito, como todo buen cristiano, solía tomarse cada mediodía un vasito, no vaso, de vino tinto, diciendo que su cosecha ya se la había bebido hacía tiempo, hasta la parte de los ángeles, decía.   Esto de la parte de los ángeles me intrigó y a mi pregunta qué significaba esa parte me contestó con su característico cachondeo:  “Cuando un vino permanece mucho tiempo en la barrica, una parte se evapora. Es la llamada: <Parte de los Angeles>, y como tú bien sabes algunos no desean que esa parte se la lleven los angeles”.   Otra anécdota es sobre un hombre de su pueblo axárquico, cercano a Benamargosa, al que le llamaban : “Mosquito de Cuba”.  Este hombre era muy delgado y con los nervios a flor de piel; y por su delgadez y porque, según decían, sirvió en la guerra de Cuba, mucha gente creía que ese era el motivo de llamarle así, pero el verdadero motivo era porque era como un mosquito de barril, de cuba, de tonel, o sea que era un dipsómano empedernido.
     Don Rafael, mi gran amigo Rafalito, como sé que estás junto a mis padres, que imagino ya sois amigos, caminad juntos por ese cielo que todos anhelamos estar cuando la deidad Átropos nos corte el hilo de nuestra vida.
     Como tú bien decías, con tu retranca característica cuando leías las esquelas necrológicas y obituarios de algunos conocidos, espero verte mas bien tarde que pronto.  
Descansa en paz mi querido y sabio amigo.
Reciban un saludo


                              Juan J. Aranda López

                              Málaga  24 de febrero de 2003